Hace mucho tiempo, al hablar acerca de una posible extinción futura de la raza humana y de algunas de las causas que podrían producirla, mencioné un libro de Ursula K. Le Guin del que prometí hablar posteriormente, pero nunca lo hice. Me lo acaba de recordar Alberto en este comentario, de modo que aquí tenéis una nueva entrada de la serie ¿Has leído…?, en la que de vez en cuando recomendamos libros de ciencia-ficción que merecen la pena.
El libro en cuestión no es de los más conocidos de esta genial escritora, y creo que hace falta tener el estado de ánimo para leerlo, de modo que espera a que lo describa antes de lanzarte a leerlo, incluso si te gusta Ursula Le Guin. Eso sí, es una obra maestra (¿qué libro suyo no lo es?). Se trata de El nombre del mundo es Bosque (The Word for World is Forest), y fue escrito en 1972, aunque no se publicó en castellano, que yo tenga noticia, hasta 1986. La edición que yo tengo es de Minotauro, ISBN 84-450-7058-4, y la última que he visto en la Casa del Libro de Madrid es también de Minotauro, edición de 2008, ISBN 9788445076873, y es bastante barato.
Es un librito muy corto, de 163 páginas en la edición que tengo yo, que narra la historia de Nueva Tahití, un planeta a unas decenas de años-luz de la Tierra cuya superficie (aparte del océano, por supuesto) está prácticamente cubierta de bosques. Desde luego, Nueva Tahití es el nombre que le dan los humanos que empiezan a colonizarlo: sus habitantes nativos, llamados crichis por los humanos, le dan otro nombre. A ver si logro darte una idea sobre el libro sin destriparlo demasiado.
La situación es análoga a la época colonial en nuestro propio planeta: Nueva Tahití es un lugar rico en recursos, con una baja densidad de población y una tecnología menos avanzada que la de los recién llegados. Y suceden algunas de las mismas cosas, que no hace falta que repita aquí. Pero el libro va mucho más allá: por un lado, explora la extraña y mística cultura de los crichis, que distinguen entre el tiempo-mundo y el tiempo-sueño, y de vez en cuando reciben un dios que cambia la manera en la que hacen las cosas. Los humanos (o yumenos, como los llaman los nativos) y los crichis tienen diferencias tan enormes en su concepción del mundo que les es muy difícil comunicarse, incluso utilizando el mismo idioma.
Por otro lado, explora las relaciones entre unos y otros, especialmente entre Lyubov (humano) y Selver (crichi), y el paulatino conocimiento mutuo, además de los cambios inevitables, e irreversibles, que se producen en unos y otros. Desde luego, hay diferencias enormes entre unos humanos y otros, y unos crichis y otros, en su visión del otro grupo, y el libro no se limita a generalizar: como todas las obras de Le Guin, está lleno de matices. Parte de la tensión del libro aparece como consecuencia de estas diferencias de visión entre Lyubov y otro humano, Davidson.
También como todas las obras de Le Guin, se trata de un libro poético, evocador, que produce de vez en cuando escalofríos en la espalda. Aunque casi todas sus obras son algo melancólicas, aquí es donde tengo que avisarte: es un libro muy duro, que a mí me produce una tristeza muy profunda, y no puedo leerlo así como así. Aunque es corto, es intenso y llega muy dentro. Creo que es incluso bueno leerlo en varias pasadas, dejando algo de tiempo entre sesiones para reflexionar, o más bien dejar reposar lo que has leído… y, como digo, todo si estás en un buen estado de ánimo.
No sé qué es exactamente lo que enseña el libro. Sí sé que enseña algo; y también que, si pudiera explicar con palabras lo que enseña, no sería algo tan grande como es en realidad. Y, si este último párrafo te suena a palabrería sin sustancia, creo que no disfrutarías el libro. Si estás dispuesto a olvidar tus expectativas sobre lo que debe tener una obra de ciencia-ficción y, tal vez, entristecerte, creo que a cambio descubrirás una pequeña joya que no mucha gente conoce.