La semana pasada terminamos la primera parte del artículo sobre Robert Boyle diciendo que su contribución máxima, magnífica, a la Ciencia no tuvo que ver con la termodinámica, la óptica ni ninguna otra cosa parecida (aunque en algunas, como en su estudio de los gases, nos hiciera avanzar mucho). Boyle consiguió, con un libro extraordinario, establecer las bases de la Química moderna que, sin él, hubiera nacido probablemente más tarde (no digo que no hubiera nacido, por supuesto), y de la que en un momento voy a llamarlo, sin rubores, su padre.
Antes de él, lo que luego sería química era alquimia, pero tras Boyle la alquimia tendría los días contados. No porque la alquimia supusiera cosas que no eran ciertas, como la posibilidad de transmutar plomo en oro mediante procesos químicos: ¡el propio Boyle pensaba que eso era posible! Es más, dado el conocimiento de la época ni siquiera era una idiotez pensar que era posible, ya que no se conocía la existencia de los átomos, no digamos ya de protones, electrones, neutrones y demás.
No, la alquimia no era un desastre por tener ideas erróneas, y el propio Boyle tenía unas cuantas que no eran ciertas. La alquimia era un desastre porque no era ciencia. Y Boyle la transmutó en una ciencia de verdad: la Química. Si existe un padre de esta ciencia en el sentido moderno, no me cabe ninguna duda de que es Robert Boyle. Este individuo propinó un soplamocos tremendo a la alquimia medieval que supondría un antes y un después para el estudio de la composición de las sustancias.
Este “antes y después” se produjo en 1661 con la publicación de un libro absolutamente devastador: The Sceptical Chymist (El químico escéptico), cuyo nombre ya te de una pista de por dónde van los tiros de la obra. Pero hay mucho más en ella de lo que, si no conoces lo que dice, podrías esperar.
Portada de la primera edición de The Sceptical Chymist, de Robert Boyle.
El propio nombre, como ves, es revelador, y la clave para entender el cambio de actitud: Boyle es un químico escéptico. Y aquí está la diferencia con lo anterior: no en las conclusiones, porque Boyle se confunde a menudo y tiene ideas que luego se demostrarían falsas. No: es porque Boyle aboga por un método de hacer química que se percate de esos errores, que se corrija a sí mismo, que no sea un batiburrillo de ideas sin demostración, misticismo, religión y magia. Boyle crea el método de la misma química que luego lo corregiría a él.
En la propia presentación del libro Boyle lo deja meridianamente claro: es esencial distinguir lo que se sabe de lo que se piensa o sospecha. Es esencial exponer argumentos lógicos de lo que se sabe y, lo más impresionante de todo en un mundo en el que tanta gente muestra arrogancia sobre lo que sabe y esconde lo que no sabe: es esencial dejar bien claro qué cosas dudas o ignoras, para que otros después de ellos puedan resolver esas dudas y rellenar esos agujeros.
Es un párrafo bien denso y el original es inglés del XVII, de modo que disculpa el ladrillo de una sola frase, pero creo que leer estas palabras, publicadas en 1661, es algo que cualquier persona interesada en la ciencia debería hacer. Se me humedecen los ojos al leer la primera frase, ¡pardiez!
Pero no me ruborizo al reconocer que tengo menos problemas en confesar que dudo, cuando así es, que en afirmar que sé lo que no sé: y mis esperanzas serían mucho mayores de lo que son de ver la Filosofía firmemente establecida si los hombres distinguieran con más cuidado las cosas que saben de las que ignoran o simplemente sospechan, y que explicaran claramente las cosas que creen entender, que reconocieran de manera transparente las cosas que ignoran, y que dejaran sus dudas suficientemente claras, de modo que el esfuerzo de las personas inteligentes pudiera dedicarse a realizar investigaciones posteriores […]
Seguro que recuerdas los Discorsi de Galileo: bien, The Sceptical Chymist está en parte inspirado en las obras del italiano, como no podría ser de otra manera, y como aquéllas es un diálogo. No es que Boyle siempre escribiese así –es uno de los primeros científicos en describir sus experimentos de manera objetiva y rigurosa–, pero en este caso las ideas contrapuestas son expresadas por personajes diversos, como tanto le gustaba hacer a Galileo.
La idea central discutida en el libro es la naturaleza de la materia y los elementos químicos. El propio Boyle era partidario del atomismo, pero en eso se encontraba en la minoría. La mayor parte de sus contemporáneos se dividían en dos grupos: los partidarios de los cuatro elementos aristotélicos (tierra, aire, fuego y agua) y los de los tres elementos alquímicos (mercurio, azufre y sal). De modo que en el libro hay un personaje aristotélico (Themistius), otro alquímico (Philoponus) y otro atomista (Carneades), que es naturalmente la voz del propio Boyle. Si recuerdas a Galileo seguramente echas de menos a alguien: sí, aquí también hay un personaje neutral al que todos tratan de convencer de la validez de sus argumentos, Eleutherius.
Hoy sabemos, naturalmente, que eran Boyle y los atomistas quienes tenían razón, pero eso no es lo importante del libro. El químico escéptico es una bofetada mortal para la alquimia anterior por las preguntas terribles, devastadoras, que Boyle plantea. De un modo mucho más elaborado que aquí, Boyle dice: me surgen dudas sobre lo que a los defensores de los cuatro o los tres elementos se refieren cuando hablan, precisamente, de elementos. ¿Qué quieren decir exactamente?
Observa lo brutal, lo devastador de la pregunta: ¿qué quieren decir exactamente?
¿Cuál es, según ellos, la definición de elemento, y cómo podría demostrarse que tienen razón? Si dicen que hay cuatro elementos, ¿cómo podría alguien demostrar si hay menos, o más? Y lo mismo con los tres elementos alquímicos: ¿qué significa exactamente “elemento”?
En términos más modernos –pero la esencia es la misma–, Boyle exige definiciones operacionales de los conceptos científicos. Si quieres hablar de elementos, magnífico, pero antes de eso tenemos que definir, en términos objetivos, qué es un elemento, de modo que podamos realizar experimentos que demuestren cuántos hay, porque eso dependerá de la definición que demos.
Naturalmente, lo primero que podría hacer uno de los alquimistas o de los peripatéticos (los partidarios de los tres y cuatro elementos respectivamente) es devolverle la pelota a Boyle: ¿y usted, señor atomista, cómo define exactamente elemento? Pero, como te puedes imaginar, Boyle sí tiene una definición operacional de elemento químico – la primera que existió en la historia de la Ciencia. Una definición no filosófica, sino científica.
Según Robert Boyle, un elemento químico es una sustancia que no puede descomponerse en otras más simples.
Observa la profundidad del cambio de actitud: es el establecimiento de la ciencia como proceso. La definición de elemento es absolutamente experimental, pero con esa misma definición algo puede ser considerado un elemento hoy pero no mañana, puesto que la definición se basa en si alguien ha sido capaz de separar las sustancias que constituyen la estudiada o nadie ha sido capaz.
Pero ¿cómo saber si nadie ha aislado los constituyentes elementales de algo porque no hemos sido lo suficientemente ingeniosos o porque nuestro conocimiento o tecnología aún no han alcanzado el nivel necesario, o nadie lo ha hecho porque la sustancia no está realmente compuesta de nada más simple? ¡No podemos! El conocimiento es transitorio, inseguro – pero el proceso es sólido y actúa como una apisonadora sobre la charlatanería.
De hecho, con la definición de Boyle de 1662, en ese año el agua era un elemento. Él mismo no negaba que pudiera llegarse, a través de su método, a la existencia de los cuatro elementos aristotélicos, pero no era lo mismo llegar a ella a través de la definición operacional y la experimentación que a través de la postulación gratuita de ideas peregrinas.
Observa que, de acuerdo con la definición de Boyle, si algo se separa en elementos constituyentes es seguro que es un compuesto (que no es un elemento), pero no pasa lo mismo al revés por lo que he dicho antes: tal vez alguien lo consiga mañana. El propio Boyle pensaba, como casi todos sus contemporáneos, que los metales estaban constituidos por cosas más simples, pero de acuerdo con su propia definición serían considerados elementos hasta que alguien consiguiera demostrar lo que todos sospechaban. Al final resultó, naturalmente, que el oro, la plata, el hierro… eran todos elementos, y que las sospechas de Boyle estaban equivocadas. Pero él mismo construyó el método para desterrar sus propias hipótesis.
Curiosamente, la hipótesis verdadera que Boyle plantea pero que es incapaz de demostrar –y es consciente de ello– es la de que la materia está compuesta de átomos. Observa la cautela con la que Carneades (es decir, Boyle) plantea la hipótesis como escéptico que es:
Proposición I. No parece absurdo concebir que en la primera producción de cuerpos compuestos, compuestos como otras partes del Universo de la Materia Universal, estaba dividida en pequeñas Partículas de diversos tamaños y formas que se mueven de distintos modos.
La “primera producción” se refiere a la Creación – Boyle era, como he dicho antes, muy religioso. Lo interesante es la transición, desde el Dios Alfarero de los antiguos, al Dios Ingeniero:
[…] el gran y Sabio Autor de las Cosas no creó inmediatamente las plantas, bestias, aves, etc., sino que las produjo de esas porciones de Materia preexistente, aunque creada, que llama Agua y Tierra, y eso nos permite suponer que las Partículas constituyentes de las que se formarían estas nuevas cosas fueron movidas para ser conectadas a los objetos que, mediante sus distintas conexiones y texturas, debían formar.
Fíjate también en la mención de que estas partículas minúsculas se mueven de distintos modos. Boyle considera que los átomos ocupan un espacio muy pequeño del tamaño completo de los cuerpos, y que se mueven en lo que es, en su mayor parte, espacio vacío:
Pues el primero de los dos [se refiere a Epicuro] supone que no sólo todos los cuerpos compuestos, sino todos los demás, están producidos por las variadas y casuales asociaciones de átomos, que se mueven a uno y otro lado por un principio interno en un vacío inmenso o, mejor dicho, infinito.
Pero ¿cómo llega Robert Boyle a esta hipótesis de minúsculos átomos moviéndose en espacio vacío? Es aquí donde, una vez más, hace falta quitarse el sombrero ante su genio. Espero poder explicar su razonamiento con la claridad que merece.
Todo empezó con los experimentos realizados con los gases. Como recordarás, para llegar a su famosa ley, Boyle expandió y comprimió gases en distinta medida. En algunas ocasiones llegó a comprimir un gas hasta un volumen muchísimo menor que el que ocupaba en un principio. De modo que se preguntó: ¿cómo es esto posible? ¿cómo puede algo que ocupa un tamaño tan grande comprimirse hasta un volumen muchísimo menor?
Porque el espacio ocupado por las partículas del gas debía ser una fracción minúscula del total.
Por lo tanto, esos gases probablemente estaban formados por pequeñas partículas que se movían de acuerdo con un “principio interno” dentro del espacio vacío. ¡Pero espera, que esto no se ha terminado! Uno de los gases con los que Boyle hizo sus experimentos fue el vapor de agua. Pero, si se enfriaba ese vapor de agua formado por pequeñas partículas, se convertía en un líquido. Lo más lógico, según Boyle, sería pensar por lo tanto que el agua –que no es más que una forma condensada del gas– estaba también formada por átomos en el espacio vacío.
Pero ¿por qué sólo el agua? Es probable que todos los gases puedan condensarse, luego todos los líquidos, que se comportan esencialmente igual, están probablemente formados por átomos. ¡Pero esto sigue sin terminarse!
El agua puede congelarse y convertirse en un sólido. Por lo tanto, planteó Boyle, es muy probable que todos los cuerpos, gases, sólidos y líquidos, estén compuestos internamente de átomos en el espacio vacío. Los tipos de átomos y sus uniones determinarán, a su vez, las propiedades de los cuerpos, y si se combinan de modos distintos podrán convertirse unas sustancias en otras.
Pero a veces, las Partículas –los átomos– que forman los cuerpos son fácilmente aislables de los cuerpos que forman, mientras que otras veces parece como si esos mismos átomos se resistieran a ser separados. ¿Es posible entonces que entre el cuerpo macroscópico y los átomos que lo forman exista un nivel de organización intermedio?
Sí, espero que tengas la boca abierta. Aunque Carneades sigue tan cauto como siempre, se me pone la carne de gallina:
Proposición II. Tampoco es imposible que varias de estas diminutas Partículas aquí y allí se asocien para formar diminutas Masas o Cúmulos, y que mediante sus Enlaces constituyan una gran parte de las Concreciones o Masas que no pueden ser descompuestas fácilmente en las Partículas que las componen.
Boyle plantea los enlaces entre átomos para formar Cúmulos. Cúmulos de átomos. En el siglo XVII.
Boyle habla de cosas para las que ni siquiera existían aún palabras. ¿Comprendes ahora por qué es, sin la más mínima duda, el padre de la Química con mayúsculas? Y lo mejor de todo es que plantea la hipótesis como lo que es: “no es imposible que…“, porque no está seguro. De hecho, en el final del libro Carneades sigue expresando su escepticismo y su humildad, que no es simulada y llena de hipocresía como en otros casos similares. Cierro esta parte del artículo con el último párrafo de The Sceptical Chymist, que quienes pecamos de soberbia deberíamos leer varias veces (entre otras cosas porque el lenguaje no es precisamente simple):
Y por lo tanto, si cualquiera de las dos Opiniones examinadas [se refiere a las concepciones peripatética y alquímica de los elementos], o cualquier otra Teoría de los Elementos, se hiciera claramente demostrable mediante la Razón y el Experimento; es de recibo, y no irracional, que esperes de mí que no esté tan enamorado de mis dudas como para no cambiarlas por verdades indudables. Y (concluye Carneades sonriendo) no sería un desdoro para un Escéptico confesarte que, por más que mi discurso te haya hecho pensar que estoy insatisfecho con las doctrinas de los Peripatéticos y los Químicos, sobre los Elementos y sus Principios, he sido capaz de encontrar tan poco de lo que estar seguro que acaso las hipótesis de otros han sido tan sólo ligeramente más insatisfactorias para mí que las mías propias.
Puedes pensar que se trata sólo de palabras humildes y que Boyle las dice con la boca pequeña, pero insisto en que no es así. A diferencia de otros contemporáneos suyos era objetivo sobre la calidad del trabajo de los demás comparado con el suyo y trabajaba bien con otros. Era, por lo tanto, un miembro de muchísimo valor del Invisible College primero y, a partir de 1663, de la Royal Society en la que se convirtió aquél.
Como ejemplo de la nobleza de Boyle al reconocer el trabajo de otros, en la década de 1660 (muy fructífera para él) se dedicó, entre otras cosas, al estudio de la luz y los colores. Por entonces no teníamos ni idea sobre la naturaleza de la luz, qué diferenciaba lo que nuestro cerebro percibe como un color u otro ni nada parecido, de modo que se trataba de un campo de exploración con mucho interés y potencial.
Boyle publicó en 1664 Experiments and considerations touching colours (Experimentos y consideraciones sobre los colores), cuya portada ya muestra la autoría como By the Honourable Robert Boyle, Fellow of the Royal Society, lo que da una idea de lo rápido que ganó prestigio la institución. En él describe numerosos experimentos realizados para entender qué son el blanco, el negro, los diversos colores del arco iris… Se trata de un libro detallado y meticuloso, pero sus conclusiones son incompletas, a veces erróneas y no supone un avance de veras en la ciencia.
Tan sólo un año más tarde Robert Hooke expuso sus ideas sobre la naturaleza de la luz: según Hooke se trataba de una onda. El trabajo de Hooke era más acertado que el de Boyle. Hooke había podido dedicarse a sus experimentos en óptica, por cierto, gracias a Robert Boyle: en 1662 Boyle consiguió que nombrasen a Hooke responsable de los experimentos de la Society, ya que los años que ambos pasaron juntos habían convencido a Boyle –con razón– de que Hooke era un físico experimental de primera. Si recuerdas el artículo sobre la Society, la calidad de los instrumentos ópticos de Hooke lo llevaría a publicar Micrographia, cuyas ilustraciones son de una belleza deslumbrante. A cambio de esto, claro, Boyle se quedó sin un ayudante de primera clase, pero era un sacrificio que merecía la pena.
¿Qué hizo entonces Boyle, al encontrarse con que todo su esfuerzo había sido anulado y eclipsado en un año por alguien que había trabajado como su ayudante y a quien él mismo había elevado de categoría en la Society? Reconoció públicamente que, en efecto, las ideas de Hooke tenían más valor que las suyas, y que sus propios intentos eran algo infantiles comparados con la excelencia empírica del otro. Chapeau.
Pero la cosa no acabó ahí: en 1672 se aceptó como miembro de la Royal Society a otro científico más joven, Isaac Newton, que tenía sus propias ideas sobre la luz y el color. Por ejemplo, Newton postuló la hipótesis de que el blanco no es un color simple, sino que la luz blanca está realmente compuesta por luz de todos los colores, además de pensar que la luz estaba compuesta por diminutas partículas y que no tenía naturaleza ondulatoria. A Hooke, por cierto, esto le parecía erróneo, y hubo una gran rivalidad entre ambos científicos. Boyle, por su parte, reconoció tener dudas sobre la naturaleza de la luz, pero ninguna duda sobre el hecho de que el trabajo de Newton era muy superior al suyo propio: en óptica, Boyle era un niño comparado con Hooke y Newton. En madurez y nobleza la cosa era más bien al revés.
Como miembro de la Royal Society, Boyle puso su mirada curiosa en prácticamente todo, y aplicó el más riguroso empirismo a cada problema que se le presentaba. Lo que más lo fascinaba, sin embargo, eran el estudio de la presión y el vacío por un lado, y la composición última de la materia por el otro. En la década de los 60, por ejemplo, realizó experimentos en los que sometió a diversos animales a condiciones de presión aumentada y reducida para comprobar los efectos fisiológicos de las variaciones de presión. En 1670 publicó sus conclusiones, en las que explicaba cómo la disminución de presión provocaba burbujas de gas en el torrente sanguíneo de una víbora:
Las pequeñas burbujas […] al bloquear diversos conductos o viciar la forma de otros, perturban u obstaculizan la circulación normal de la sangre.
En 1674 publicó otra obra en la que planteaba una idea que hoy en día nos parece obvia pero que por entonces era realmente controvertida y cuyo nombre me parece deliciosamente escéptico: Suspicions about the Hidden Realities of the Air (Sospechas sobre las realidades ocultas del aire). Ante la sorna de algunos de sus contemporáneos, Boyle se atrevió a sugerir que el aire tal vez no era una sustancia homogénea. Ya había indicado antes, por supuesto, que al ser un gas el aire estaba probablemente formado por átomos, como todo lo demás… pero esto va aún más allá.
Como recordarás por el cuadro de la paloma en la campana de vacío, Boyle había realizado experimentos sobre la respiración. Si el aire estaba formado por átomos y una parte del aire era necesaria para la vida, ¿no era posible entonces que el aire estuviese formado por más de un tipo de átomos?
En palabras del propio Boyle:
Pues no se trata, como muchos imaginan, de un cuerpo simple y elemental, sino un agregado confuso de efluvios de cuerpos diversos que, aunque todos tienen en común el estar compuestos de partículas diminutas y en movimiento, formando una gran masa de materia fluida, tal vez no exista en el mundo un cuerpo más heterogéneo.
No voy a enterrarte en citas y libros publicados a lo largo de los años: Boyle experimentó y escribió sobre electricidad, magnetismo, hematología, mecánica, hidrostática, óptica… no digamos ya sobre química. No diré que fue el miembro fundador más importante de la Society, pero sí que fue uno de sus pilares durante muchos años, y su casa de Oxford era visitada por muchísima gente deseosa de discutir con él sobre lo divino y lo humano.
En 1668 abandonó Oxford y se mudó a vivir con su hermana Katherine, Lady Ranelagh, en su casa de Londres. Esto sucedió por dos razones: por una parte, Boyle no se había casado ni lo haría nunca. Algunos de sus amigos intentaron encontrar candidatas de vez en cuando, pero Robert siempre se escabulló y no quiso saber nada del matrimonio. Por otro lado, Katherine era una persona de gran inteligencia, con una cultura exquisita y enorme interés por prácticamente todo. De hecho, cuando nació el Invisible College varias de sus reuniones se produjeron en casa de Katherine.
De modo que, gracias no sólo a la generosidad de su hermana sino a la comprensión de Lord Ranelagh –porque no olvidemos que también era su casa–, Boyle montó un laboratorio en el sótano de la casa londinense de Katherine y allí ambos realizaron numerosos experimentos juntos. Un año más tarde murió el marido de Katherine.
Como digo, las contribuciones de Boyle a la Royal Society fueron constantes, y en la década de los 70 tenía ya una reputación de tal calibre que no tenía problemas para encontrar ayudantes de laboratorio –aunque no fuesen, por supuesto, de la talla de Hooke–. en 1680 Boyle fue elegido para el honor más grande al que un científico inglés podía aspirar: Presidente de la Royal Society. Sin embargo, Boyle rechazó el puesto. No sabemos bien por qué, ya que la excusa de Boyle me parece bastante débil: su fe le impedía pronunciar los juramentos necesarios para convertirse en Presidente. Sin embargo, no es como si los demás científicos que alcanzasen el cargo fueran ateos ni nada parecido, y antes y después de él existieron muchos presidentes de la Society con profundas convicciones religiosas.
Hablando de religión, es posible que al leer sobre las ideas empiristas de Boyle parezca raro, pero era profundamente religioso. Estaba versado en teología y escribió mucho sobre religión en paralelo a sus escritos científicos. Su concepción teológica era la del Dios planificador, no “intervencionista”: era la que mejor encajaba con su visión mecanicista del Universo.
Al fin y al cabo, de acuerdo con el naciente mecanicismo –del que Boyle, como Laplace o Newton, fue uno de los pioneros– todo es explicable de acuerdo con principios físicos. Todo sigue un orden y es posible determinar lo que va a suceder en el futuro sabiendo las condiciones iniciales: el Universo es como un reloj cuyos mecanismos es posible conocer. Pero ¿cómo encaja un Creador en todo esto?
De acuerdo con la visión de Boyle, encaja como diseñador. Para él, Dios no necesita “alterar” el comportamiento de las cosas para que suceda lo que Él desea – eso serían signos, para Boyle, de un Dios imperfecto. No, al Creador no le hace falta retocar su Creación: todo fue puesto en marcha del modo exactamente adecuado para que las cosas sucedan como deben suceder. De este modo, Boyle no encuentra conflicto alguno entre Ciencia y Religión: el descubrimiento de las leyes que rigen el Universo es, de hecho, una tarea encomiable, ya que para él supone revelar la voluntad de Dios.
En algunas cosas, la religión de Boyle era típica de su tiempo: no tenía la menor simpatía por los papistas, y menos aún por ateos, judíos, musulmanes, etc. Sin embargo, en otras cosas fue un adelantado a su época. Como ejemplo, por entonces la Biblia –especialmente dentro de la Iglesia Católica– se publicaba únicamente en latín. Sin embargo, entre 1680 y 1685 Boyle financió una traducción y publicación de la Biblia al irlandés, de modo que fuera más accesible en Irlanda. En esto no sólo molestó a ciertos sectores reaccionarios religiosamente, sino también políticamente: en el Reino Unido de entonces el irlandés estaba fatal visto y se consideraba una lengua no sólo inferior, sino como algo que debía ser anulado.
Boyle también mostró apertura de miras en lo que se refiere a la tolerancia religiosa. Sí, ya he dicho que no le hacía la menor gracia todo lo que no fuera anglicano; de hecho, en su testamento dejó una cantidad considerable de dinero para realizar conferencias en las que se explicase por qué el cristianismo es la religión verdadera y defenderlo de los infieles. Sin embargo, el propósito de Boyle era justamente ése: explicar. Argumentar. Razonar. No triturar ni usar la violencia. Él estaba sinceramente convencido de que el cristianismo era la religión verdadera, pero utilizaba la palabra para defender su posición. Es en eso en lo que, en el siglo XVII, era realmente especial, y creo que no hace falta que entre en más detalles sobre esto.
A partir de 1689 Boyle se retiró prácticamente del todo de la vida pública según su salud fue empeorando. Dejó de participar en las reuniones de la Royal Society, limitó al máximo el paso de invitados por su casa –o mejor dicho, la de su hermana–, que era un lugar de reunión y debate muy común… el fin se acercaba.
Una de sus últimas intervenciones públicas fue la presión a la Corona para que se levantara el edicto de Enrique IV de 1404 contra la transmutación. Aunque hoy parezca gracioso, desde aquel año estaba absolutamente prohibido en Inglaterra transmutar plomo en oro (se pensaba, entre otras cosas, que la economía se caería de bruces). Boyle, sin embargo, no era partidario de una prohibición que, a sus ojos, no hacía sino impedir el progreso de la ciencia y tratar de evitar lo inevitable. En cierto sentido, Boyle ganó – el edicto fue anulado. En otro, perdió – nadie consiguió convertir plomo en oro cuando se anuló el edicto. Y, finalmente, en otro sentido Boyle acabó ganando, ya que en 1901 Ernest Rutherford y Frederick Soddy consiguieron, por primera vez en la historia, transmutar un elemento en otro. ¡Ay, ironías de la vida!
Placa en honor a Boyle y Hooke en la casa del primero en Oxford. Traducción: “En una casa en este lugar, entre 1655 y 1668, vivió Robert Boyle. Aquí descubrió la ley de Boyle y realizó experimentos con una bomba de vacío diseñada por su ayudante Robert Hooke, inventor, científico y arquitecto, quien fabricó un microscopio y así identificó por primera vez la célula viva”.
El día de Nochebuena de 1691 murió Katherine. Su hermano murió una semana más tarde, el 31 de diciembre de 1691. Ambos habían vivido más de veinte años juntos en la casa de Katherine en Londres, y se fueron casi juntos. La siguiente generación de científicos de la Royal Society, con Newton a la cabeza, continuaría el trabajo de Boyle y mantendría el rumbo marcado por Bacon y Galileo, pero nada sería lo mismo sin él, su carácter afable, su apertura de miras y, sobre todo, su humildad. Eso sí, su figura ha seguido siendo una inspiración para muchos químicos escépticos que han venido después… y, esperemos, seguirá siéndolo para los que vengan en el futuro.
¿Se me nota mucho? En fin. Es cierto que, lo mismo que en química fue un genio como pocos, en óptica no lo fue tanto. Como dijimos antes, sus ideas sobre la naturaleza de la luz eran bastante ingenuas. Pero, por cierto, hablando sobre la naturaleza de la luz…
Para saber más (esp/ing cuando es posible):